Al oler aquella fragancia me trasladé a mi más plena adolescencia. El
mundo desapareció de mi alrededor en aquel momento y recordé aquellos buenos
años en el instituto cuando, al rozar la piel del chico prohibido que me
gustaba, sentía que me encontraba en el paraíso más absoluto: el tiempo se
detenía y sólo percibía cómo su roce removía todas las células de mi organismo,
nuestros poros encajando cual puzzle pasional cuyas piezas arden de deseo; un
volcán que acecha al fruto prohibido hasta estallar y acabar con su propia
existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario